La Filosofía era una asignatura desconocida para mí. A primera vista pensaba que se ceñía a aprenderse unos apuntes y luego soltarlos en el examen, como en la mayoría de las asignaturas, pero realmente no es así.
Para
empezar, la forma de impartir la clase no es solo dar una charla e irte. Desde
el primer día, la llamada de atención hacia esta asignatura me resulta muy peculiar;
lo que en un principio parecía un momento gracioso, a lo largo del curso te
hace reflexionar sobre lo que el profesor busca de ti, que no es otra cosa que querer
a la Filosofía tanto como él la quiere, haciendo cada jornada totalmente
distinta a la anterior y a la vez única.
Por
otra parte, la facilidad con la que él explica es contradictoria con lo difícil
que me resulta plasmarlo en un papel, aunque dispongo de muchas oportunidades
para demostrar que comprendo los conocimientos que adquiero gracias a la Filosofía.
La
Filosofía te enseña a crear un pensamiento crítico y personal ante cualquier situación,
pero paradójicamente, cuando hay que reflejar las ideas en un examen, me nacen
muchísimas dudas porque cuesta responder a ese pensamiento crítico sin desviarte
a tu propia opinión. Y esa propia opinión me provoca otra duda, ¿será válido mi
razonamiento ante esa circunstancia?
Por
otro lado, la teoría propiamente dicha de la asignatura es la forma de razonar
de cada autor. Es evidente que cada uno de ellos ha vivido en un momento de la
historia y en una realidad con su entorno completamente distintas. Algunos para
mi opinión parecen un tanto enrevesados y yo me cuestiono, ¿tanto tiempo había
y qué tipo de vida tendrían como para, a mi entender, complicarse tanto la vida
con preguntas tortuosas?
Para
finalizar, he de admitir que es una clase en la que no paro de reírme ni
aprender sobre distintos ámbitos, no solo de la asignatura propiamente dicha,
sino de cultura, en general.
No hay comentarios:
Publicar un comentario